jueves, 21 de noviembre de 2013

¿Un corazón de piedra o un corazón que late?


La chispa de un mechero permite encender la llama de un cigarrillo.

En un sentido parecido los sentimientos son la chispa del actuar humano, pero no me puedo dejar llevar por ellos exclusivamente, ya que un simple malestar físico, por ejemplo, podría afectar a mi forma de relacionarme con los demás.

Una persona que no supiera canalizar sus sentimientos, sería como un toro bravo sin control, que fácilmente embiste llevándose todo por delante.

Por otra parte, para vivir en sociedad necesitamos un corazón sensible, preocupado por todo lo que sucede a nuestro alrededor y por las personas que nos rodean.

El siguiente vídeo –visto, otra vez, gracias a 5oma– habla de la ausencia de sentimientos, como una nueva patología cardíaca, que se está extendiendo rápidamente en nuestra sociedad.


Cuenta que la acardia es una enfermedad reciente, que afecta al corazón de las personas. Se manifiesta inconscientemente y casi sin darte cuenta, te conviertes en un "acardio".

Los síntomas son claros: primero es la indiferencia, luego el resto de la gente cada vez te importa menos y al final en un instante tu corazón, que está vivo, deja de sentir.

Las personas tendemos por naturaleza a encerrarnos en nosotros mismos; de pequeños nos enseñaron a ceder el asiento del metro cuando se acercaba una persona mayor, una señora embarazada o alguien que lo pudiera necesitar.

Con el paso del tiempo comprobamos que hay casos en los que esto no  sucede así. No pongo en duda que podría ocultar una  lesión seria, alguna dolencia grave, pero en muchos casos se trata de la acardia.

Es más fácil entender y combatir esta aparente indiferencia como si se tratara de una enfermedad. Nadie discute los efectos de un cáncer, pero parece que tendemos a quitarle importancia a los efectos de la acardia (o, que eso significa, "sin corazón")

Una forma de conseguir que este corazón de piedra vuelva a latir, es descubrir la alegría que produce darse continuamente a los demás.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

¿Por qué Dios no mata al diablo?

El 31 de agosto el Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, mantuvo un encuentro en Colonia con unas 1.200 personas de Alemania, Bélgica y Holanda.

Un niño de ocho años estuvo levantando su mano durante unos minutos, hasta que consiguió hacerle una pregunta muy original:


La respuesta a este interrogante la he podido descubrir, en primer lugar, por todo lo que comenta el Prelado en el vídeo y también por una pregunta que me he hecho muchas veces: y ¿por qué ha permitido Dios que tenga esclerosis múltiple desde hace 23 años?

¿Por qué ha permitido que todos los clientes de la empresa que constituí con mi hermano Borja, tengan parálisis cerebral, autismo, distrofia muscular, etc.?

Realmente el sentido del dolor humano que descubro día a día en el trabajo, al igual que la existencia del diablo, creo que no tiene mayor explicación que la de luchar por conseguir el cielo. Pero, además, hay muchas veces que nos damos cuenta de que los enfermos pueden llegar a ser un gran regalo para la humanidad, y que la enfermedad propia (en mi caso) y/o la de los demás, nos ayuda a conocernos mejor como personas. Son, digamos, "sentidos humanos" al dolor. No obstante, al final siempre hay que recurrir a la trascendencia. Sólo con Dios he sabido encontrar esperanza en mi enfermedad.

También está el dolor provocado por nuestras elecciones libres. Tal y como decía también Mons. Echevarría: Dios ha creado al hombre con un don extraordinario, el de la libertad. Precisamente aquí radica la capacidad de escoger que tenemos los hombres: para el bien o para el mal.

Como me enseñaron mis padres, el bien es el camino por el cual se llega directamente al cielo.

Me gusta imaginarme ese cielo del que estamos hablando, como los mejores momentos que he pasado aquí en la tierra, pero sin esclerosis, ni silla de ruedas, ni  dolor y para siempre.