sábado, 22 de julio de 2017

Una visita imprevista


El día 16 de julio fue muy especial para mí, ya que como colofón a la fiesta de la Virgen del Carmen, vino a mi casa don Fernando Ocáriz, el Padre, como le llamamos cariñosamente en la Obra.

Nada más entrar en mi habitación me dijo:
ahora, que parece que no haces nada, haces muchísimo, muchísimo, muchísimo. Tú ve ofreciendo todo lo que te cuesta por las almas, sabiendo que así sacas la Obra adelante más que cuando estabas en plena forma. Siempre estamos contigo muy bien acompañados”.
A continuación le pregunté:
Padre, una de las primeras cosas que aprendí en el Opus Dei es que los enfermos somos un tesoro y que la Obra es el mejor sitio para vivir, para morir y para estar enfermo. ¿Qué más puedo hacer si ya llevo 27 años afectado de esclerosis múltiple?”
El Padre me contestó:
¡Te lo agradezco mucho! Todo lo que haces por el Papa, por el Padre, es ¡utilísimo, utilísimo, utilísimo! Estás ayudando a toda la Iglesia y a la Obra ¡muchísimo, muchísimo, muchísimo!”
Le conté al Padre que hace tiempo una amiga de mi madre me regaló un burrito de noria blanco que tengo en la mesilla. Me recuerda que tengo que poner buena cara.

Le dije que actualmente estoy firmando numerosos pactos chinos con los chicos que vienen por mi casa, en este acuerdo nos comprometemos los dos a poner un poco más de nuestra parte. Finalmente les aclaro que trabajaremos en equipo, yo intentaré poner buena cara y cada uno de ellos se compromete a un número de horas de estudio.

Me comentó el Padre:
Es un buen pacto; es un pacto estupendo: el poner buena cara es muy agradable a Dios y es también un modo estupendo de hacer oración y de ayudar a todas las almas. Que Dios te bendiga por lo que estás haciendo”.
Finalmente el Padre bendijo el burrito y me dijo:
Es un trabajo estupendo, me parece estupendo. También cuando las cosas cuesten más, lo primero es considerar que el Señor en la Cruz es de una eficacia enorme”.
Desde luego la visita del domingo tiene un valor trascendente para mí. Nunca imaginé que un día el Padre pudiera estar en mi propia casa. Desde luego ya no tengo excusas: a seguir luchando y a no tirar la toalla. ¿Me ayudas?

domingo, 16 de julio de 2017

¿Y esto cómo se hace?


En ocasiones nos hemos preguntado cuál es la forma más adecuada de tratar a una persona enferma. La respuesta me sale sola:

  1. debo ponerme en su lugar por un momento;
  2. procuraré por todos los medios, que su vida tenga un sentido profundo, capaz de superar cualquier embate.

A mí, la fuerza de la fe me ayuda a llevar bien estos dos puntos: aquí yo soy el enfermo, pero también tengo que hacer lo mismo para aquellos que no tienen fe; según cómo, también estos pueden ser enfermos.

Hace tiempo que veo superada la expresión “creo pero no practico”. Cuando hablamos de una discapacidad esto queda en evidencia, ya que la persona se cogerá a lo realmente sólido.

Aquí ocupan un lugar estratégico los sacramentos. Voy a poner todo mi esfuerzo en conseguir que la persona descubra cómo, con ellos, son capaces de afrontar cualquier situación. Pienso que es importante que la persona se dé cuenta de que algo así es cierto.

Ya os he hablado de la fundación que constituiremos en la empresa, cuyo objeto central será la persona con discapacidad, al margen de sus circunstancias: dolencias, peso, etc.

Nunca hemos de olvidar que su papel principal empezará una vez deje esta vida. Si la persona en cuestión no creyera en nada, le diría simplemente que el camino será un poco más largo, ya que primero deberá buscar a ese Dios en el que no cree, después encontrarle y finalmente no dejarle nunca.

Pienso en lo mucho que nos reiremos una vez estemos en el cielo, ya que allí no existirá el dolor ni nada que se le parezca.

A veces me planteo cómo será posible algo así, si casi toda mi vida he convivido con el dolor: ya llevo 27 años. He de confesar que una vez más han sido los sacramentos los que me han ayudado en una situación tan farragosa.

Tengo claro que siempre procuraré transmitir la fe que recibí de mis padres.